Siendo madre, esposa, hija, hermana, nuera, tía, cuñada, amiga, trabajadora... cómo mantenerme mujer.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Silencio en la sala

Para el trabajo tenía que pasar un examen de certificación. Me pasó lo típico de todo buen estudiante, que me lo dejé para el final de todos los finales. Vamos, que el examen era el lunes y empecé a estudiar nada más y nada menos que el sábado, con los niños por aquí danzando, y mi marido también, que a veces cuenta como uno más. Así que me ponía los cascos con la música a toda castaña, y aún así podía oír a los mayores peleando, el pequeño llorando y mi marido haciendo lo que podía. Debo aclarar que tengo la mesa del despacho en el mismísimo centro del comedor familiar, así que no tengo forma de esconderme.

Total, que el lunes fui al examen. Y me metieron en una sala donde estaba yo sola. Y había mucho, muchísimo silencio. Un silencio sepulcral. No se oía absolutamente nada. Sólo mi respiración. Y nada más. Nada de nada más. Mucha paz. Y soledad. No había nadie. Estaba sola. Me preguntaba si me estaba ocurriendo en realidad, o estaba soñando, porque hasta en mis sueños hay siempre mucho barullo. Aquello no podía estar pasando, era irreal.

¡Qué miedo me entró! Me acordé de que hubo un tiempo en el que me gustaba el silencio, y hasta lo buscaba, pero eso fue hace unos cuantos millones de siglos. En otra vida.

domingo, 11 de mayo de 2014

Noctámbulos anónimos

Voy a tener que buscar un grupo de noctámbulos anónimos o algo así y en la primera sesión de terapia diría:

Hola a todos, me llamo Camaleona y me gusta la vida nocturna. Durante el día no valgo para nada, sólo puedo pensar en cosas de niños para arriba y para abajo, que si el pediatra, que si el examen de mates, que si el baloncesto, que si la alergia, que si la fiesta de cumpleaños, que si la piscina, que si la ITV (esto no tiene nada que ver con los niños, pero también lo pienso), que si la acampada del uno, que si el partido de fútbol, que si hay que quitarle el chupete al bebé, que si la excursión del otro, que si el examen de caste, que si hay que leer, que si la fiesta de primavera, que si la tutoría con la profe, que si la revisión del dentista, que si los mocos del bebé, que si el cinturón de kárate, que si esto, lo otro y lo del más allá. Pero cuando llega la noche, la concentración viene a mí, mi mente se activa, puedo pensar en otras cosas, y las pienso. Todo está en silencio, ningún niño quiere nada de mí, mi marido está frito en el sofá. No hay interrupciones. No suena el teléfono. Me pongo mi música, la mía. Pasa la hora razonable de acostarse, estoy al doscientos por cien, así que aprovecho para ponerme a trabajar y resolver todos esos problemas que durante el día ha sido imposible arreglar. No quiero irme a dormir, es que ¡no quiero irme a dormir! quiero dejar mi bandeja de entrada de correo a cero, todo organizado, todo tramitado, todo resuelto, todo preparado. Y entonces ya puedo irme a dormir tranquila. Me acuesto y... ¡¡¡meeeeec!!! ¡¡¡meeeeec!!! ¡¡¡meeeeec!!! ¡Maldita sea! suena el despertador. Lo odio, en serio, no puedo soportar que el despertador suene a esas horas. Es que soy noctámbula, sí, pero también dormilona, que necesito mis ocho horitas, como una campeona. Así que, algo tendré que hacer, sino terminaré convirtiéndome en, en, en... ¡BUAAAAA! ¡QUIERO DORMIR!

lunes, 3 de febrero de 2014

Grandes maestros

Cuando iba a nacer el pequeñajo yo estaba un poco preocupada porque se iba a llevar mucha diferencia con sus hermanos mayores. Para tranquilizarme, todos los que me rodeaban me decían que no me preocupara, todo lo contrario, que sus hermanos mayores se encargarían de un montón de cosas, le cuidarían y le enseñarían, y yo me sentiría más liberada que cuando los otros eran bebés.

Y sí, es cierto, los chiquillos se sienten sus maestros de la vida y se dedican a enseñarle cosas, por ejemplo a correr gritando como un loco por los pasillos, a partirse de risa mientras tira el vaso de agua al suelo, a hacer pedorretas sin parar ni para respirar, a sonarse los mocos con las manos, a saltar encima de los charcos, a reírse cuando papá o mamá le riñen por haber hecho alguna trastada, a tirar todos los libros al suelo para jugar... vamos, las cosas básicas de la vida que todo bebé debe saber, pero que tampoco hace falta averiguarlo siendo tan pequeñito.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Renuncio a mi sueño

Yo tenía un sueño. Bueno, lo sigo teniendo, pero cada vez me parece más difícil llegar a conseguirlo. Y de verdad que le pongo empeño y ganas y me dedico a ello en cuerpo y alma.
El otro día casi lo consigo. Lavé la ropa de color, la puse a secar, luego la ropa blanca, también a secar, luego guardé la ropa en los cajones. Venga de lavar, tender, secar, guardar… Mi marido se reía de mí, mis hijos me miraban desconcertados, el bebé lloraba. Casi tenía que hacer todo el trabajo a escondidas.
Al final de la tarde pensé ¡Ahora sí! ¡Seguro que lo he conseguido! Y fui a mirar el cesto de la ropa sucia… ¡Nooooooo! ¿Quién demonios ha puesto esos calzoncillos ahí? Porque si hay algo que en mi casa hay a montones son calzoncillos, para dar, tomar y regalar.
Me rindo, nunca conseguiré mi sueño, que es ni más ni menos que el cesto de la ropa sucia, la lavadora, el tendedero y la secadora estén vacíos.

sábado, 27 de octubre de 2012

La maternidad y el tiempo

A la salida del cole he recogido a los tres críos y, como todos los viernes, nos hemos ido a comer a casa de mi madre. Mis hijos corrían alborotados por la acera, haciendo una carrera para ver quién llegaba primero al portal de la abuela, atropellando a todo ser viviente que no les cediera el paso. Yo llegaba un minuto detrás de ellos con la lengua fuera, arrastrando el carro con el bebé y las tropecientas mochilas de los niños, agotada. Y entonces nos hemos encontrado con un vecino de mi madre. 
Siempre voy con mi bebé a todas partes, en realidad no es sólo para lucirlo orgullosa, más bien lo utilizo para que me tape a mí y a mi pinta, que nadie me mire, que sólo se fijen en él, en lo guapo que es, en lo bonico que es, en lo simpático que es y a mí sólo me dirijan un fugaz saludo. 
Pero este caballero no ha caído en la engañifa, no. Me ha mirado, ha dado un respingo y me ha soltado “¡Qué hermosa estás!” Por su expresión he sabido que no quería decir exactamente a guapa, preciosa o buenorra, sino que más bien se refería a esa manía que me acompaña a lo largo de las lactancias de mis hijos, algo así como hermosa de vaca lechera, que también son hermosas a su manera. Yo intentaba desviar su atención hacia el bebé “Es guapo ¿verdad? ¿A que está grande?” Pero no lo he conseguido y a continuación me ha dicho “Deberías cuidarte” 
“Cuidarme… ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja ¿cuidarme dices? JA JA JA JA JA” es más o menos el ataque de histeria que me ha dado. Y el vecino de mi madre me miraba con cara de interrogante “Buaaaa, ¿Cuidarme? BUAAAA ¿Y cuándo me cuido yo? BUAAAAA BUAAAA BUAAAA BUAAAAA” entonces ha sido cuando se ha pirado asustado, creo que ni se ha despedido, y me ha dejado allí con mis tres churumbeles, conmigo misma y con esa sensación de… bueno, no quiero ni saberlo.
Este tipo es todo un lince con tacto cero. Pero si voy depilada, me he hecho el tinte, hasta me he cortado las uñas y voy vestida casi sin ninguna mancha. En serio, ¿qué más quiere? ¿Que pierda los veinte kilos que me sobran? Bueno, vale, tiene razón, pues un día de estos, cuando tenga un algo de tiempo para mí, igual me lo puedo plantear. Pero hombre ¿ahora? de verdad ¿eh?

jueves, 20 de septiembre de 2012

Malditos bichos

Las vacaciones llegan a su fin, así que recogemos el apartamento de mi madre en el que hemos pasado el verano. Lavo la ropa de cama y toallas. Doy de mamar al bebé. Limpio, recojo, cierro persianas, ventanas, vacío la nevera, apago agua, luz... ¡Vamos! como si no fuésemos a volver en años.
Cuando estamos a punto de irnos, mi hijo mayor se rasca la cabeza como si fuese a encontrar un tesoro debajo del pelo. Sí, efectivamente, los malditos piojos han vuelto a las cabezas de mi familia. Así que doy de mamar al bebé, nos subimos al coche, paramos en la farmacia, compramos kilos de mejunje anti piojos, vamos a casa, doy de mamar al bebé, lavo cabezas, paso lendreras, lavo más cabezas, así hasta que me aseguro que no queda ni un piojo. Doy de mamar al bebé. Lavo todas las sábanas y toallas de la casa, lavo toda la ropa de la maleta que ya había lavado antes. Vuelvo a dar de mamar al bebé. Paso el aspirador por alfombras, sillones y sofás. Seco la ropa y la guardo. Hala, ya está, piojos aniquilados. Me voy a dormir, que al día siguiente será el primer día que de verdad ejerza de mamá de familia numerosa. Es el primer día que me quedo sola, yo sola, con mis tres hijos. Doy de mamar al bebé.
Y llega el día siguiente, doy de mamar al bebé, la cosa no va mal, parece que me apaño bastante bien, hasta que ¡¡horror!! hormigas en el cuarto de baño. Mi marido se ríe de mí, las hormigas son indefensas, pero yo me las imagino en hilera, llegando hasta mi cama y entrando en mi oreja. Doy de mamar al bebé. No sé qué me pasa con los bichos pero siempre los imagino entrando en mi oreja, bueno sí, lo que pasa es que me acuerdo del día que a mi suegra le entró una palometa en la oreja, tuvo que ir a urgencias y la tomaron por loca. Así que lleno el cuarto de baño de polvos de talco, remedio infalible para que las hormigas se líen y no encuentren el camino. Doy de mamar al bebé. Consigo encontrar su guarida y la cierro a cal y canto, pasará un tiempo hasta que consigan encontrar otra rendija por donde llegar hasta mis orejas.
Ya estoy más tranquila, el tema de los piojos y las hormigas me ha puesto de muy mal humor, pero ya ha pasado. Ahora doy de mamar al bebé y atiendo a mis dos hijos mayores feliz y contenta de ser una mamá de familia numerosa. Aunque cinco minutos después me pregunto que cuándo narices empiezan el cole estos niños. Y entonces es cuando aparecen esos bichitos marrones que pululan por la cocina. Doy de mamar al bebé. Los bichos me odian, seguramente porque saben que yo les odio a ellos. Empiezo a buscar en el arroz, azúcar, pasta, hierbas... ¿cómo puede ser? si vacié los armarios hace dos meses. No los encuentro y ya no se me ocurre nada para librarme de ellos. ¿Y si echo gasolina en la cocina y la quemo? No, mejor en toda la casa. Así será imposible que sobreviva ni un solo bicho de la especie que sea. Podré con ellos. Me los voy a cargar a todos. No va a quedar ni uno vivo.

martes, 28 de agosto de 2012

Busco un enfoque

Mi hermana se va. Ya se ha ido. Con su marido y sus tres hijos. Mis sobrinos. Unos años. A vivir al extranjero. Busco un enfoque a esta situación. La de no tenerla cerca. Físicamente. La de que ella no nos tenga cerca. A su familia. A sus amigos. Físicamente. Se va el torbellino. La que nos moviliza a todos. La echaré de menos. Mucho. Un montón. Ahora que tendré más tiempo. Para estar juntas. Pues vaya.

Igual lo acepto. Y va y me parece bien. No somos dramáticas. Ninguna de las dos. Nos enseñaron a no serlo. Y buscamos el lado positivo. Por ejemplo una casa en el extranjero. Una nueva ciudad para visitar. Una aventura para ella. Con ese culo de mal asiento. Una oportunidad para su familia. Para sus hijos. Un poco de distancia. Para encontrar una nueva perspectiva. Una nueva forma de enfocar la vida. Las relaciones. Busco la risa. Para dársela. Pero tendremos que reírnos de otra cosa. De la mar y sus arenas. Porque su marcha no le hace ni pizca de gracia. Sería como traicionarla. Porque a ella le parece fatal. Igual siente que nos abandona. O que nos acostumbraremos a su vacío. Pero eso es imposible. Imposible llenar tanta vitalidad. Tanto empuje. El mensaje tiene que ser optimista. ¿Que estos años pasarán volando? ¿Que la tecnología acorta distancias? ¿Y las compañías "low cost" también? ¿Que les va a venir de maravilla? ¿Y a ella también? ¿Y hasta a nosotros? ¿Y a nosotras? ¿Que el tiempo todo lo cura?

O igual va y no lo acepto. Y también me parece fatal. Y me deprimo. Y por una vez nos da por dramatizar. Que de vez en cuando también tenemos derecho. Que ya está bien. Y me preocupo por ella. Mucho. Un montón. Porque se va sin fuerzas. Por si se siente sola. Y lejos. Por si nos siente distantes. En la distancia. No tiene ganas. Ni quiere nuevos valores. Los suyos están asentados. Los tiene claros. La familia. Los amigos. Las relaciones. Sus relaciones. Quizás no se acostumbre. Ni nosotros. En plan egoísta. La quiero conmigo. Con mi madre. Es la única que consigue sacarla. La quiero con mi bebé. Quiero a sus hijos con los míos. En las extraescolares. Ella odia las mentiras piadosas. Nada de optimismo si lo que ve es de color negro. Para qué nos vamos a engañar. También odia que intenten convencerla de lo que no es. Lo que no es para ella. Que se vaya es una patata patatera. ¿Cómo la voy a proteger si se va al quinto churro?

Mi hermana se va. Lo quiera o no. Y yo sigo buscando un enfoque. Que nos guste. A todos. Busco billetes mientras no encuentro el enfoque. Para ir cuanto antes. Con ella. Con ellos. Los cinco. Con ellos cinco. Todos juntos. Al montón cagallón. Como nos gusta a nosotras.

sábado, 4 de agosto de 2012

Mi bebé, nuestro bebé

No quiero decir nada sobre mi bebé, porque lo único que se me ocurre es que es el más guapo y el más bueno de todo el universo, y seguramente nadie me creerá, todos pensarán que es amor de madre. Pero es cierto, se pasa el día comiendo y durmiendo y sólo inspira ternura y paz infinita. Sus hermanos están felices con él y no paran de darle besos, cogerle y reírle cada carantoña que pone. Su padre le adora y siempre le mira como si fuese un regalo... y es que lo es, nuestro regalo.
En realidad mi bebé, nuestro bebé (que tengo que compartirlo), sólo tiene una pega, y es que también quiere comer por la noche, justo cuando a mí me da por dormir, y ¡claro! la lactancia materna es lo que tiene, que la comida la llevo yo incorporada y que tengo que darle cuando pide (más o menos) Así que estoy impaciente por disfrutar de ese momento en el que pueda volver a dormir... no sé... unas cuatro o cinco horas seguidas, por poner un ejemplo. Pero bueno, todo se andará, cada día queda uno menos para dormir un poco más...

miércoles, 4 de julio de 2012

Tres, dos, uno...

Hace un par de meses, me entró la locura de tenerlo todo preparado para cuando naciera el bebé. Me daba cuenta de que los preparativos no avanzaban de forma proporcional al tiempo. Mientras el tiempo volaba, la casa seguía exactamente igual, sin habitación para el bebé, sin carro, sin cuna, sin ropa... sin un mísero gorrito para ponerle cuando naciera. Y cada día estaba más nerviosa, y cada día dormía peor, y cada día mi marido tenía más y más paciencia conmigo.
Hasta que un día exploté, llorando medio histérica le dije que tenía que prepararle la habitación al bichejo y cambiar a sus hermanos de habitación, y tenía que dejar toda la casa como los chorros del oro, y tenía que lavar todas sus sábanas y toallas, y tenía que revisar la ropa de bebé que tenía guardada, y comprar lo que le hiciera falta, y había que conseguir un carro, y tenía que limpiar los coches, y tenía que arreglarme yo, y tenía que limpiarles a ellos (a mis otros hijos)... y todo eso tenía que hacerlo mientras seguía trabajando y con montones de contracciones. Mi marido me miraba y ¡claro! no entendía absolutamente nada, pero se quedó aguantando el chaparrón. Y me ayudó a preparar las habitaciones de los niños, la casa está más limpia que una patena, las abuelas y mi hermana le compraron lo que necesitaba, lavé toda su ropa y la guardé en sus cajones, los coches están relucientes, yo estoy arreglada y mis hijos de nuevo tienen el pelo corto.
Así que estoy preparada, mi bebé ya puede venir tranquilo que tiene un lugar limpio y aseado para vivir y sus hermanos no le asustarán con esas melenas de león que llevaban.
En menos de dos semanas, si todo va bien, le tendremos con nosotros.

miércoles, 16 de mayo de 2012

El baúl de los recuerdos

No sé qué fuerza superior me obligó a abrir el baúl de los recuerdos en este momento de mi vida, ¡total! mis recuerdos llevaban tropecientos años encerrados y tampoco reclamaban mi atención con mucha insistencia. Bueno, en realidad sí sé qué fuerza me obligó a ello. Es el bicho que crece en mi interior que a estas alturas todavía no tiene su espacio en esta casa de no-llega-a-noventa-metros-cuadrados-sin-garaje-ni-trastero. A dos meses de nacer, mi instinto hace su papel y me entra el síndrome del nido por el que, sí o sí, tengo que ponerme a preparar un lugar en el mundo a mi cachorro.
Así que el fin de semana empecé a hacer los armarios en plan “lo tiro todo porque aquí ya no cabe nada”. Todo iba fenomenal, hasta que encontré en el altillo de un armario el baúl con todas las cartas y postales que he recibido a lo largo de mi vida y con los diez diarios soporíferos con los que me consolé en mi juventud. Miré el baúl, de ahí no se había movido en once años, jamás lo había abierto hasta el momento, respiré hondo y lo bajé, esparcí todas las cartas encima de la cama y empecé a leerlas para ver qué me quedaba y qué tiraba.
Había cartas de personas muy importantes para mí en aquel momento, y con las que no recordaba haber mantenido correspondencia. Había cartas que en su momento leí doscientas veces y aún me acordaba de memoria. Las cartas de mi amiga del alma, aquella que decidió abandonar antes de tiempo. Cartas de gente que ni recuerdo quiénes son, tuve que preguntar a mi hermana, ella sí que se acordaba. Otras cartas que no tuve valor de leer. Y otras que volví a leer para recordar porqué decidí ser quien soy. Cartas de los monitores de campamento, y de cuando yo fui monitora. Cartas de compañeros de clase. Cartas de los amigos del verano. Cartas de mis amigas. Cartas de mi hermana cuando estuvo en Alemania. Cartas de aquellos chicos que estaban locos por mí y me escribían poesías o sólo cartas extrañas imposibles de descifrar. Cartas de mis amores platónicos, aquellos a quienes nunca declaré mi amor. Y cartas de mis amores, aquellos a quienes sí les declaré mi amor. Cartas en las que me pedían consuelo o risas. Cartas en las que me contaban sus amoríos. Cartas de gente con la que nunca hablé. Cartas que me hicieron mucho daño y cartas que me hacían reír. Cartas sin sentido. Cartas de gente buena y honesta y otras de gente mala malísima. Cartas de Salamanca, Valladolid, Alicante, Ceuta, Madrid, Barcelona, Zaragoza, Albacete, Córdoba, Granada, Castellón… Cartas de El Congo, Londres, Colonia, Bosnia... Aquella última carta, y también la carta que escribí yo. Y las cartas de aquel chico que se convirtió en mi marido, las que nos escribíamos cuando todo empezó. Me impactó conocer, con las palabras de entonces, cómo nació nuestra historia.
Y en ese momento entró mi marido en la habitación, él que pensaba que estaba tranquilamente haciendo armarios y me encontró rodeada de letras, sentimientos, palabras, anhelos, frases, decepciones, rodeada de otras vidas... Me miró, me vio. La nostalgia y la euforia se mezclaron con las hormonas y me eché a llorar entre sus brazos. Por suerte le elegí a él, que tiene la habilidad de convertir en cómicas las situaciones que yo me esfuerzo en hacer trágicas. Me vi reflejada en sus ojos y las lágrimas se convirtieron en risas. Eso es lo que me enamoró perdidamente de él, no me canso de reír a su lado.

jueves, 26 de abril de 2012

El paso de la ballena

En el fondo sabía que algo había cambiado ¡¡y mucho!! en mí. Empecé a notarlo hace algunas semanas, cuando por la calle miraba con cierta envidia a las chicas que calzaban tacones y andaban como si tal cosa, con movimientos ágiles, contoneando caderas con un ritmo agradable. También me admiraba al ver andar a los chicos, con sus grandes zancadas, sus pasos rápidos y seguros. 

Para mí, salir a la calle es diferente, andar moviendo mi súper barriga que se apoya sobre mi súper hernia, se ha convertido en toda una odisea. 
Ayer se hizo evidente. Salí a la calle. Cogí aire. ¡Venga, tú puedes! Y empecé a andar. Muevo una pierna. ¡Bien! Muevo la otra. ¡Esto marcha! Muevo la izquierda. ¡Vamos! Muevo la derecha. ¡Si es que estoy hecha una campeona! Y sigo dando pasos, uno tras otro. Y me voy animando, tampoco está tan mal. Y así voy avanzando hacia mi destino. Al cabo de veinte minutos, en el suelo aparece la sombra de un ser humano que viene por atrás y avanza raudo y veloz hacia mi posición. Por la sombra y la velocidad deduzco que se trata de un tipo de edad media que está en forma. Se va acercando y cuando el dueño de la sombra alcanza mi posición me giro para ver si he acertado. Pues mira, va a ser que no. Se trata de una abuelita de unos doscientos años más o menos, con el pelo bien blanco atado en un moño, toda llena de arrugas, encorvada y con bastón incluido. Y la mujer, ni corta ni perezosa, va y me adelanta. Y no sólo eso, sino que en un abrir y cerrar de ojos me saca cien metros de ventaja. 
Está claro, ya no soy la que era.

Es definitivo, mi paso es como el de una ballena fuera del mar.

martes, 10 de abril de 2012

Proteínas para el embarazo


Pues sí, estoy embarazada. Si todo va bien (después de los dos abortos del año pasado, todavía ando un poco rallada) en Julio conoceremos al nuevo chicote de la familia... ¡¡sí, sí, otro chico!! vamos que me quedo de princesa, reina y emperatriz del castillo... al menos hasta dentro de unos años, que sus hormonas les lleven por otros reinos y reinados.
El caso es que en este embarazo la angustia no se va ni por asomo, así que para matar la angustia me como lo que me viene en gana, y lo que me viene en gana es zumo, ensalada, fresas, sopa y algún yogurt que otro.
Y claro, esta alimentación tiene sus consecuencias, y es que mi cuerpo anda falto de proteínas.
La ginecóloga, por ayudar, me dijo que tenía que comer como los deportistas, en vez de un filete de carne, dos... yo casi me muero de asco cuando me dijo "filete de carne". Entonces se le ocurrió que podía comer dos pedazos de pescado, y por poco me da un patatús, ni loca tomo pescado. Qué barbaridad esto del embarazo, quién me diría a mí que un día le haría ascos a prácticamente toda la comida.
Total, que me he puesto a buscar soluciones para comer el doble de proteínas sin morir en el intento. Y ¿dónde voy a buscar? pues donde siempre, he puesto en google "alimentos ricos en proteínas" y he encontrado una lista. En primer lugar me decían que el alimento más rico en proteínas de todo el mundo mundial es la oruga, lo cual está fenomenal, porque si el pollo a la plancha me da náuseas, no quiero ni pensar en mi reacción si me encontrara con unas deliciosas oruguitas rebozadas y fritas ¿o tengo que tomármelas crudas? He pasado al segundo alimento de la lista y ponía "insectos en general", y he estado a punto de descartar la lista porque me parecía que se estaban cachondeando de mí. Pero bueno, he pasado al tercer alimento "lomo embuchado" que me lo comería encantada si no fuese porque me han prohibido comer alimentos crudos sin desinfectar (por lo de la toxmoplamosis esa) A continuación aparece queso parmesano, queso manchego y jamón serrano... jolín, en esa lista sí que saben elegir, el problema es que también tengo prohibida la sal (por lo de la retención de líquidos) ¡Ah! los piñones también valen, lo que me pregunto es cuántos piñones tendría que comerme al día para poder suplir la carencia de proteínas en mi cuerpo, y teniendo en cuenta el coste de los piñones se podría decir que lo tengo prohibido por la economía familiar. A continuación un montón de carnes y pescados que no pienso probar. Y bueno, ahí está la soja y las lentejas, que tampoco me apetece para nada.
En fin, menos mal que tengo una amiga médico que es un sol y me ha traído tofu, que dicen que es la carne de los vegetarianos. Ahora sólo me falta aprender a cocinarlo.
PD. La foto es de mi barriga rellena con un regalo sorpresa.

viernes, 16 de marzo de 2012

Oración en Roma

Este verano estuvimos en Roma, y cuando fuimos a la "Bocca della Verità", entramos un momento en la Iglesia de Santa María in Cosmedin. Cuando estábamos dentro les propuse a mis hijos que podíamos aprovechar para dar las gracias a Jesús por algo realmente importante.

- Gracias Jesús por la familia tan buena que tengo - dijo mi hijo mayor, que es muy agradecido.

- Gracias Jesús por hacerme tan chulito - dijo mi hijo pequeño, que también es muy agradecido, a su manera.

jueves, 12 de enero de 2012

Cómo arruinarles la vida

Acabo de acostar a mis hijos, después de los tropecientos besos y abrazos, y después de las canciones, y después de las mil y una despedidas, el pequeñito de cuatro años me suelta:

- Me estáis arruinando la vida.
- ¿Cómo es eso? - le contesto flipando en colores, pero haciendo como si me hubiese dicho que el cielo es azul.
- Porque mi vida no es esta - me contesta muy convencido.
- ¿Y cuál es tu vida, cariño? - le pregunto cada vez más sorprendida.
- Mi vida es pasar el día jugando, y en la playa, y de juerga...
- ¡Ah! así que lo que te pasa es que no quieres tener obligaciones - empiezo a comprenderlo todo.
- No, no quiero obligaciones, quiero hacer lo que me gusta - me dice tan pancho.
- Entonces me alegro de estar arruinándote la vida, porque de esta forma estás aprendiendo a enfrentarte a la vida de verdad no a la de tu imaginación - justo acabo de llegar de una de esas charlas del cole donde nos dicen que tenemos que ser exigentes y poner límites, así que hoy no me pilla.
- Es que a mi hermano le han dado las notas y no paráis hacerle caso y a mí no me hacéis caso ni nada de nada- me dice con esa cara hiper-mega-triste que sólo él sabe poner, se me cae el alma a los pies.
- ¡¡¡¡¡Aaaaahhhhhh!!!!! ahora lo entiendo todo, lo que pasa es que estás esperando recibir tus notas y estás un poco nervioso porque no sabes cómo te ha ido - en realidad lo que le pasaba es que él también quiere felicitaciones y sonrisas y mensajes positivos - pero no te preocupes, porque mañana veremos tus notas, yo confío en ti y sé que van a ser unas súper-notazas, tendremos que celebrarlo.
- Vale mami, un beso - nos damos unos besos - y un abrazo - nos damos un abrazo de oso.
- Buenas noches, chicos, hasta mañana.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Palabras de anestesista

El sábado operaron a mi hijo mayor de apendicitis. El chiquillo estaba bastante asustado, aunque intentaba llevarlo lo mejor que podía. Los niños para estas cosas siempre nos dan lecciones de vida a los mayores.
Cuando estaba en el preoperatorio dejaron que pasara para hablar y estar con él. Fue en ese momento cuando vino el anestesista para hacerme un millón de preguntas sobre mi hijo, ya que le iban a meter anestesia general para la operación. El anestesista le dijo "Contarás uno, dos, tres y te quedarás dormido, y después contaremos de nuevo uno, dos, tres y te despertarás sin apéndice" y después se fue.
Mi hijo, que le había mirado con cara de inquietud durante toda la explicación, me preguntó "mamá, ¿me van a dar una medicina para dormirme?", a lo que yo respondí que sí, y entonces me dijo "¿eso significa que van a bloquear mi sistema nervioso?"


este es el diario

de una madre, esposa, hija, hermana, nuera, tía, cuñada, amiga, trabajadora... que intenta seguir siendo y sintiéndose MUJER